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Vecinos de Miajadas disfrutan de la terraza de un bar. C. G. F.
DESDE LA DISTANCIA

Los bares y su cultura son iguales en todos lados, pero no los precios

Antonio Gutierro Calvo

Miajadas

Viernes, 28 de noviembre 2025, 10:13

En cierta ocasión un determinado «barero» de Miajadas, aficionado a las artes escénicas él, charlando entre los dos, cada uno a un lado de la barra, me dijo «Si algún día los bares nos declarásemos en huelga la consulta de los psicólogos no darían abasto».

Creo que ese buen hombre estaba completamente en lo cierto. Es tal la cultura de bares que tenemos -entendiendo cultura en el sentido antropológico, como la forma espontánea de comportarse un pueblo sin que haya reglas que obliguen a ello- que sin ellos no sabríamos vivir. Sobre todo, esos bares cercanos, de barrio, que son como una prolongación de la casa en donde nos encontramos a los dos lados de la barra, casi siempre, la misma persona/s y los mismos parroquianos. Son como el ágora pública en la que cada cual nos lucimos y arreglamos los problemas del mundo, por muy peliagudos que sean.

En estos lugares se aprende mucho del comportamiento de las personas. Las hay que no sueltan ni ripio de lo que piensa, pero también de las que una vez toman la palabra, no es que no te la devuelvan es que, como mucho, te la prestan. Ya puedes intentar meter baza de cualquier manera que no hay modo de lograrlo. Además, si consigues tomar la palabra ya saben lo que vas a decir y se te adelantan.

Aquí en estos lugares de acogimiento no hay mucha diferencia entre los bares de barrio de San Sebastián y los de Miajadas. La parroquia suele ser la misma con la diferencia de días laborales y festivos. La bebida, sin embargo, suele ser diferente, por aquí se bebe trago corto, es decir mucho vino, y por ahí se lleva más el trago largo, es decir, la cerveza.

Lo que sí hay es una gran diferencia en los precios. En San Sebastián no se lleva eso de la tapa gratis, ni hablar, eso por estas tierras norteñas no existe. Cuando vienen los miajadeños por aquí se dan cuenta enseguida. Te tomas un vino, blanco a la mañana y tinto a la tarde, como pidas un pincho, entre el vino y el condumio te soplan cinco euros en menos que canta un gallo.

Por eso cuando vuelvo del pueblo y me incorporo aquí a la vida ordinaria me entra depresión cuando pido la cuenta.

¡Con lo bien que me tratan los «bareros» de mi pueblo!

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Los bares y su cultura son iguales en todos lados, pero no los precios