«Perdona el atrevimiento de dirigirme a ti en carta pública, máxime cuando servidor pertenece a esa generación en la que nos enseñaban en la escuela que cuando vieras a un cura por la calle tenías que correr a besarle la mano.
Esta Semana Santa tuvimos una agradable pero corta conversación en tu despacho parroquial sobre la conveniencia o no de que la experiencia vivida por esa generación de curas que fuisteis destinados a Miajadas allá por la década de los 60 (yo ya no vivía en el pueblo) fuera recogida en algún libro para ilustración y conocimiento de tantos miajadeños que, por edad, no vivieron aquellos tiempos. Tu opinión y la mía eran discrepantes. Yo sostenía la conveniencia de que eran dignas de conocerse esas experiencias de unos curas jóvenes destinados a un pueblo que no era el suyo de origen, recién terminado el Concilio Vaticano II (1.962-1.965), con lo que ello supuso en el quehacer de la Iglesia en gran parte del mundo católico, y sustituyendo en la responsabilidad a una persona con tanta personalidad y tan larga dedicación como don Juan.
Vosotros como sacerdotes tenéis una visión privilegiada sobre el sentir y la forma de comportarse de una población determinada, tanto en el ámbito religioso, como en el social y en el económico. Creyentes hay entre los pobres y los ricos, prácticamente todos los ciudadanos de una población hablan con el cura del pueblo, en alguna ocasión ha tenido que recurrir a él y en esos momentos la gente se abre, 'se confiesa', se explaya. Habéis sido, y aún lo seguís siendo, testigos y actores de vivencias más allá de los estrictamente religioso. Es posible que nadie haya podido tener esa atalaya desde la que otear y respirar el sentir de una determinada población con sus alegrías y sus penas.
Enrique, habiendo desaparecido Agustín a 'temprana' edad, eres el único que queda de aquella hornada. Todo el mundo me dice que eres una persona culta e inteligente, no te llevará más de un año (a ratitos) plasmar en un pequeño libro esas experiencias que 'dambos' habéis vivido, sufrido y disfrutado. Como sabes perfectamente no es necesario que lo narres en primera persona, el escritor puede ocupar la posición del espectador y así poner cierta distancia sobre los acontecimientos.
De ti depende que una parte importante de la historia de Miajadas quede o no en el olvido».
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