
Desde la distancia: «En tiempos de calorina se me va la memoria a la siesta en el pueblo»
OPINIÓN ·
Después del gazpacho y una buena sandía, era el momento de buscar el lugar más fresco de la casa, invariablemente las losas del pasilloOPINIÓN ·
Después del gazpacho y una buena sandía, era el momento de buscar el lugar más fresco de la casa, invariablemente las losas del pasilloANTONIO GUTIERRO CALVO
Sábado, 30 de septiembre 2023, 23:37
Es imposible que en estos tiempos de calorina no se te vaya la memoria al pueblo y se fije en ti la hora de la siesta. Es lo que más me evoca del verano, ese momento delicioso y reparador del día. El mundo se paraba, se quedaba en silencio con una atmósfera de plúmbeo sopor. Después del gazpacho servido en el azafate, del que comían todos los comensales, y después de haber dado cuenta de alguna buena sandía que comías a dos carrillos y con los 'churretes' que te llegaban hasta el codo, era el momento de coger la manta de trapo, buscar el lugar más fresco de la casa -invariablemente las losas del pasillo de la casa- y tenderte cuan largo o bajo eras después de resoplar unas cuantas veces.
No hacía falta que el señor alcalde u otra autoridad competente ordenara 'tocar a arrebato'. El pueblo, todos a una, como en Fuenteovejuna, se ponía de acuerdo para dedicarse todos a la misma faena, ahí no había discrepancias, la unanimidad era clara. Nada de recostarse en el sillón viendo la tele y dar una cabezadita. No, no señor, nada de eso, entre otras cosas porque en más de una casa y en más de dos no había ni una cosa ni la otra. No valía el quedarse traspuesto. Por lo menos, por lo menos tenías que quedarte callado como un muerto. De lo contrario es posible que algún bufido sonara por algún lado.
Recuerdo cuando a mi hijo pequeño le llevé por primera vez al pueblo -tendría cinco o seis años- y claro, tenía que cumplir la obligación de la siesta o al menos del silencio más absoluto. Cuando volvió a San Sebastián le dijo a su abuela materna: «Amona, ez dut aita herrira joan hahi egunean bitan lo egiten dutelako». O lo que es lo mismo: «Abuela, no quiero ir al pueblo de papá porque allí duermen dos veces al día».
Recuerdo que había gente que se despertaba sonámbula, tal había sido la profundidad del sueño, parecían boxeadores tocados. Era necesario sentarse en una de esas sillas bajas para tratar de recuperar la compostura. Los fumadores lo tenían más fácil, echaban un Ideal de aquellos sin boquilla y tardaban en despejarse lo que duraba encendido el cigarro.
¡Y ahora se queja la gente del calor, teniendo televisión, sillones y aire acondicionado! ¡Blandos que sois unos blandos, unos señoritos!
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