Don Enrique Gómez: «¿Por qué no podemos bendecir a una pareja gay?»
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Asegura que la Iglesia tiene que responder a retos muy importantes, como el acceso de la mujer al sacerdociopárroco de miajadas ·
Asegura que la Iglesia tiene que responder a retos muy importantes, como el acceso de la mujer al sacerdocioNecesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.
Lunes, 29 de agosto 2022, 11:27
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Quizás no sea miajadeño de nacimiento, pero los 54 años que lleva en Miajadas han convertido al párroco Enrique Gómez en vecino de la localidad por méritos propios.
Procedente de Talayuela e hijo de cortador de pinos y familia humilde, inició su camino junto a dios porque quería acercar a Jesucristo a su familia, porque no entendía que la gente trabajadora estuviera tan alejada de la fe. Al filo de los 24 años se ordenó como sacerdote y al poco llegó a Miajadas como ayudante del párroco junto con Agustín Cornejo, el querido don Agustín que falleció el pasado mes de mayo.
El primer recuerdo que tiene del pueblo a su llegada es que las calles no estaban apenas asfaltadas, y que la gente sacaba a la puerta los higos a secar, por lo que le resultó un pueblo lleno de polvo y moscas, así se lo contó apesadumbrado a su madre. Y mira por dónde, poco a poco ese pueblo se convirtió en el suyo, en su casa, donde compartía alojamiento y día a día con don Agustín.
Ambos llevaron la fe a la vida, y para ello se adentraron en la sociedad conviviendo y aprendiendo de la gente, bajo el lema 'Hay que amar a Dios en todas las cosas, no sobre todas las cosas'. Y lo hicieron en un marco de cambios políticos, sociales y eclesiales que caracterizó el final de la década de los 60 y los 70. Como él mismo dice, la realidad es un punto muy importante en el trabajo pastoral, y su función es evangelizar esa realidad.
En su trabajo y en su vida, tanto don Enrique como don Agustín, han llevado a cabo una gran labor social mediante una visión pastoral que parte mucho de la realidad. Defiende que ellos no llegaron a Miajadas para 'soltar' una doctrina, puesto que la Iglesia tampoco pretende enseñar como un 'sabelotodo'. Deben partir de la realidad, «y en esa realidad encontrar a Dios».
En el verano del 72 y del 73 decidieron acompañar a los miajadeños que habían emigrado a Francia a trabajar en los hoteles, y eso mismo hicieron, trabajaron con ellos, vivieron la experiencia, porque la emigración hay que vivirla.
En el año 74 llegó el bombazo que les llevó a ambos a todos los medios de comunicación: 'Dos curas de Miajadas, multados con 5 duros', así rezaba el titular del diario HOY en aquel entonces. Explica que les pareció una injusticia que un edificio subvencionado por el Estado a un señor particular para convertirse en un centro educativo llevase ocho años cerrado, y con la recogida de firmas no consiguieron nada, por lo que fueron ellos quienes decidieron encerrarse. «En aquellos años la provocación del orden público era lo que funcionaba, así que accedimos al edificio a través de una ventana y nos encerramos en él. La multa fue pagada con una colecta de todo el pueblo», recuerda Enrique.
Por aquel entonces la Iglesia tenía un poder muy importante, por lo que el juicio no llegó a mayores, y además consiguieron que el edificio pasara a manos del Estado y a los pocos meses se abrió como instituto. Eso sí, no quedaron impunes, puesto que, además de la multa económica, no pudieron dar clases de religión en el centro educativo ni fueron invitados a su inauguración.
Pero su implicación en la sociedad no queda ahí. En el año 76 y 77, en la movilizaciones conocidas como 'la guerra del tomate' o 'la guerra del maíz, apoyaron a los trabajadores del campo, puesto que «los contratos eran una vergüenza y los trabajadores reivindicaban lo que su trabajo merecía», asegura el párroco.
Don Enrique también ha colaborado con las asociaciones AMAT y ALREX. En ALREX lo que pretendía sobre todo es que en el grupo hubiera comunicación y un aprendizaje de habilidades sociales que contribuyera a su cura y a su relación familiar. En ellas descubrió un mundo de necesidad, de cercanía y de cariño. Opina que habría que hacer un monumento a la mujer de un enfermo alcohólico, por el amor, el sufrimiento, el acompañamiento,…
Precisamente, hablando del papel de la mujer, también ha trabajado en el grupo de promoción a la mujer, donde realizan actividades que aprendieron en unos encuentros en Europa y decidieron trasladarlo a Miajadas, como talleres de cultura y habilidades sociales.
Hoy en día continúa realizando campamentos de verano en La Vera, desde hace casi 40 años, y por los que han pasado casi todos los niños de Miajadas desde los 9 hasta los 16 años. La actividad, que suele durar quince días, acoge hasta unos 80 alumnos, donde además algunos adolescentes se van formando como monitores de ocio y tiempo libre y todos los trabajadores son voluntarios. Con estos campamentos pretenden que aprendan distintos aspectos de la vida durante la convivencia, en un marco natural además como es La Vera.
En los 80, tanto don Enrique como don Agustín fueron nombrados párrocos, y decidieron formar equipo y comunidad unificando las parroquias de Santiago y Belén, a las que posteriormente se sumó el templo de Guadalupe tras su creación. Sin embargo, esta comunidad de parroquias les costó un enfrentamiento por parte de algunos vecinos que no compartían esa idea de unión y que aprovecharon para hacer campaña en su contra.
Sin embargo, el párroco habla de la Iglesia Sinodal, que significa 'caminar juntos'. En Miajadas hay un consejo pastoral que se reúne varias veces al año donde estudian y deciden los pasos a dar y las mejoras que pueden y pretenden llevar a cabo, entre los que hace una mención especial a Cáritas, que para él ha hecho una gran labor desde la llegada de la pandemia con 85 familias en todo lo que respecta a alimentación, hipotecas, los estudios que se vieron pausados para los jóvenes, e incluso apoyo psicológico a adolescentes afectados por la pandemia. Y es aquí cuando recuerda unas palabras de don Agustín: «No podemos permanecer pasivos a los que lloran, Dios los quiere ver riendo; a los que tienen necesidad, los quiere ver saciados. Hemos de cambiar las cosas para que la vida sea vida para todos».
Precisamente, al preguntarle sobre el que fue su compañero de fatigas, de grandes fatigas y mayores logros, don Enrique no puede evitar emocionarse: «Hace poco una chica joven se me acercó a darme sus condolencias y me dijo «Agustín era un hombre de Dios que ha acercado a muchos hombres a Dios». Así era él, de una bondad grande, muy sencillo».
Para él, hoy en día la Iglesia es 'de salida', es decir, debe salir a conocer la realidad, tiene que ser cercana. Además, asevera que la Iglesia tiene unos retos importantes a los que tiene que ir respondiendo. Opina que, si bendicen todo, como animales e incluso bancos, «¿por qué no a una pareja gay o lesbiana? Hay grupos cristianos gays que pertenecen a grupos de la Iglesia y lo están pidiendo». Pero no acaba ahí, porque continúa hablando del acceso de la mujer a ciertos ministerios de la Iglesia: «¿por qué no puede acceder la mujer al sacerdocio? ¿O a ser diaconisa?» Y continúa hablando sobre el reto de llegar a los jóvenes, sobre los que opina que no son 'descreídos', sino que existe un alejamiento: «Necesitan una respuesta a sus problemas, al sentido de la vida. Necesitan encontrar a Dios en la vida, y tenemos que mostrarles que la fe no les va a cortar libertad».
Sobre la creencia de ahora, la fe, cree que lo que hay, o lo que queda, es una cultura religiosa. Una cultura que implica momentos concretos como el bautismo, comunión, matrimonio,… pero sin pertenencia, puesto que no hay una continuidad. Es decir, para él lo religioso sigue siendo masivo en ciertas manifestaciones de fe, en ciertos sacramentos, pero el cristianismo es de minorías. Lo que se conoce como 'Creyente no practicante'.
En palabras del Papa, «el pastor de hoy en día muchas veces tiene que ir delante para tirar de la gente, otras veces al medio acompañando, y otras veces atrás para ir empujando. Ser sacerdote hoy para la sociedad de hoy».
Y es que don Enrique hace hincapié en que su obra social va unida necesariamente a descubrir a Dios en la vida, amar a Dios en todas las cosas. Sumergirse en la sociedad, conocer sus necesidades, sus problemas, sus inquietudes,… en la realidad. «Unir bien la fe y la vida».
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