Ambiente vacío de una calle de los 70.

La nostalgia por las calles de antes

Ya no se ven niños jugando al pingoné o a la pelota, ni a bolindres, ni siquiera al escondite, cuando las calles era donde se hacía la vida

antonio gutierro

Viernes, 3 de noviembre 2017, 16:48

Las calles de ayer eran esos espacios que no sólo servían para ir de un sitio a otro, eran más, mucho más. Para un niño, para un adolescente, era el espacio vital en donde transcurría una gran parte de su vida, en donde podía dar rienda suelta a la imaginación y en donde, en gran medida, se producía la socialización de todos nosotros.

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Las calles de ayer y de hoy en Miajadas, como me imagino en cualquier otra población rural de semejantes características, tienen poco en común con las de hoy. Suplían con creces a los salones de estar de nuestras casas modernas, a los juegos en la tablet, a la televisión y a las modernas instalaciones deportivas. La calle era eso y mucho más. Era el lugar en que transcurría una buena parte de nuestra vida, era como una gran ventana abierta a nuestro mundo, como se dice hoy de la red de redes.

Estaban llenas de vida. Tiempos en que las casas eran compartidas por personas, animales, carruajes y aperos de labranza. Todo ello generaba un tráfico, un ruido, unos olores, una sensación de vida que hoy ha desaparecido. Sí, es verdad que las calles están más limpias, que ya no hay rastros de paja, ni cagajones, ni barro cuando llueve para hacer represas. Todo eso es verdad pero hay menos vida, menos alegría.

Ya no se ven niños jugando al pingoné o a la pelota, ni a bolindres intentando meter uno en el guá, ni siquiera al escondite. Ya no hay higos puestos a secar encima de una manta, ni mujeres haciendo bolillos con un pañuelo sobre la cabeza para protegerse del sol y con una manta de cuadros tendida sobre unas cuerdas a modo de paravientos, ni a nadie subiendo un carro de paja al doblao con un vierno. Nadie que conduzca una manada de cabras ni un burro con cuatro aguaderas que vaya a por agua al Pozón. Todo eso ha desparecido.

Pasos

Cuando voy al pueblo me gusta recorrer sus calles, calle por calle, esquina por esquina. El silencio es el más fiel compañero de ellas. Puedes ir por el centro de la calle oyendo tus pasos como cuando en noche de lluvia, sentado al brasero, oías sonar los pasos de algún vecino que usaba aquellos zapatos que tenían protectores metálicos en tacón y puntera que te colocaban cuando te ponían medias suelas. Ni siquiera se oye el sonido de alguna radio tan típico de otros tiempos.

Efectivamente las calles están más limpias, si se quiere más presentables, pero mucho más aburridas, el personal las ha abandonado. ¡Tengo una cierta nostalgia por las de antes!

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