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Don Antonio en el colegio Sagrado Corazón en mayo de 1965.
Lo díficil que es ser cura de pueblo hoy

Lo díficil que es ser cura de pueblo hoy

«Antes, los sacerdotes eran personas a respetar y a reverenciar y hoy son personas con las que puedo hablar, razonar, discutir y cambiar puntos de vista»

antonio gutierro calvo

Jueves, 26 de abril 2018, 11:53

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Mentar el vocablo cura y venirme a la memoria las figuras de don Alfredo y de don Juan es todo uno. Dos figuras físicas diferentes, el uno voluminoso, orondo y expresivo y el otro enjuto, reluciente y contenido. El uno, don Alfredo, le recuerdo siempre en la iglesia de Belén, cuando se oficiaba la misa de espalda a los fieles, aquellas misas que despachaba en veinte minutos y que tanto nos gustaban a los chavales por su corta duración. A don Juan, no sé por qué, le asocio siempre con la severidad, con aquellas misas solemnes en las que ordenaba cerrar las puertas de la iglesia de Santiago para que no saliera nadie durante la celebración.

¿La Misa del Gallo o era otra en Semana Santa? No lo recuerdo con fidelidad. Tiempos en que los niños teníamos la obligación de interrumpir nuestros juegos callejeros e ir a besar el anillo del cura si pasaba por nuestra cercanía. Tiempos en el que los lunes nos preguntaba el maestro si el domingo habíamos ido a la celebración de la Santa Misa; si la respuesta era negativa, la forma de expresarla era ponerse de pie y después un rato de rodillas como castigo.

Los curas de hoy son otra cosa. ¿O son lo mismo, aunque sin sotana? No lo sé, no puedo asegurarlo. Yo no soy el mismo, antes era un niño-adolescente y hoy soy un hombre jubilado. Antes, los sacerdotes eran personas a respetar y a reverenciar y hoy, además del respeto, son personas con las que puedo hablar, razonar, discutir y cambiar puntos de vista sobre cosas mundanas y religiosas.

He tenido la ocasión de preguntar y de escuchar a don Agustín, al que no conocía hasta hace un año. Una de las cosas que más me sorprendió es que llevara 50 años ininterrumpidos siendo cura en el pueblo. Por mis charlas con él he podido comprobar que tiene un gran conocimiento sobre lo que es Miajadas, ahora y durante los últimos 50 años, no sólo en el sentido religioso sino, también, en el social. Está y ha estado en una atalaya privilegiada. Tengo la impresión de que ha sido partícipe y notario de una realidad cotidiana. Ruego a quien corresponda que esa experiencia sea recogida en algún libro que, a modo de entrevista, pueda plasmar sus vivencias durante esos años.

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