Recuerdos de un emigrante miajadeño por el Día de Todos los Santos
«Al final te conformas con que tus cenizas descansen en tu pueblo y que tus descendientes tengan una excusa para visitar tu tumba el Día de Todos los Santos»
antonio gutierro calvo
Viernes, 26 de octubre 2018, 20:05
La conmemoración del 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, es fecha apropiada para que muchas personas que emigraron de sus pueblos vuelvan a él. Es una fecha en la que parece que los recuerdos están más vivos, sobre todo si ya tienes una edad. El pasear parándote ante las lápidas del cementerio es como un repaso a la historia a través de las personas que allí descansan para siempre. Los recuerdos se amontonan y te asaltan en tromba. Cuando voy, más de una vez, me gusta hacerlo en solitario. Si llueve suavemente y te guareces bajo un paraguas, el recogimiento es mayor; sin darte cuenta parece que entablas una conversación y te dices para tus adentros: «¡Pero hombre, tú también por aquí!».
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Aunque son muchos los que volvemos son más los que no lo hacen, sobre todo aquellos que están a más kilómetros de distancia. Las segundas o terceras generaciones de aquellos que por los años 50 y 60 se fueron, en general, han perdido toda la familia que les quedaba en el pueblo, se han enfriado las relaciones o, simplemente, han roto su cordón umbilical sentimental con el pueblo que los vio nacer a ellos o a sus padres.
Hay de todo. Hay quien se acuerda pero no puede volver porque las circunstancias no se lo permiten, quien el pueblo es algo que pasó a la historia, que está olvidado, que casi no existe o, incluso, quien reniega de él.
Más de una vez, al jubilarte, haces cábalas sobre la posibilidad de volver al pueblo a disfrutar de la jubilación pero, en general, no pasa de eso, de meros devaneos. Has conformado una familia en otro sitio, te has acostumbrado a los hábitos de tu nueva tierra y de sus habitantes, son muchos los lazos sentimentales que te unen a la tierra de adopción, con el paso del tiempo te has convertido en uno más. Al final te conformas con que tus cenizas descansen en tu pueblo para que tus descendientes tengan una excusa, como otra cualquiera, para que algún día de Todos los Santos se acerquen a hacerte una visita y se mantenga vivo el recuerdo del pueblo que te vio nacer. Ese pueblo que tampoco es el mismo que el de antes porque sin darte cuenta te has convertido en un extraño. Casi no conoces a nadie y nadie te conoce a ti.
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